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El niño que no estaba ahí

24 noviembre, 2020

Todos conocemos niños ansiosos o mal portados. ¿Hay alguna intención maliciosa detrás de su comportamiento o es algo más? Liz Kroeger, educadora, psicóloga de consejería escolar, profesora del Instituto Neufeld, comparte su experiencia con un niño problemático.

Conducía por un camino estrecho que llevaba a una casa de campo y vi a un niño pequeño esperándome. La granja era enorme, la casa era grande y oscura, y el niño de alguna manera no encajaba con el entorno.

Peter fue suspendido de la escuela el último día antes de las vacaciones de Navidad. Su ansiedad y frustración crecieron hasta tal punto que se volvió imposible obligarlo a hacer nada. Cualquier solicitud de los adultos fue claramente rechazada. Cuando se le pedía que hablara, se escuchaba lenguaje soez, acusaciones y amenazas.

En la escuela, Peter era considerado un bully: iba en busca de los niños más débiles, agrediéndolos físicamente e insultándolos. Peter se comportaba de manera desafiante con los maestros y otros adultos, incluida su madre, y exigía que se cumplieran sus peticiones y deseos. Raccionaba de manera amenazante si algo no le convenía.

Le pregunté al director si podía hablar con Peter. Por lo general, en tales reuniones, el niño se encerraba en sí mismo y los adultos se llenaban de frustración. Los padres intentaron trasladar a su hijo a otra escuela, pero ninguno estaba dispuesto a aceptar a Peter, sabiendo de su comportamiento. Después de una conversación, el director acordó llamar a sus padres para ver si aceptaban conocerme. Los padres estuvieron de acuerdo, pero dijeron que no llevarían a Peter a la escuela; si quería hablar con él, tendría que ir a buscarlo a casa y luego traerlo de regreso.

Mientras conducía por la sinuosa carretera rural, vi que Peter ya me estaba esperando. Mirándome de cerca, se subió al auto y me saludó con incertidumbre. Caminamos y charlamos, mascando uvas que había comprado camino a su casa. Hablamos sobre las vacaciones, los pollos y quién los alimenta, su nuevo perro llamado Wolf (y cuánto más grande era mi pequeño perro Pomerania) y su bicicleta sucia. Hice todo lo posible para llamar la atención del chico y ayudarlo a vincularse conmigo.

Al llegar a mi oficina, nos sentamos a la mesa para hacer unos dibujos. Le pedí a Peter que describiera lo que pensaba que le estaba pasando. Necesitaba entender si tiene la capacidad de integrar, si podía ver los dos lados de un problema y hablar sobre el tema “desde el otro lado”. Quería saber si Peter podía sentirse triste por lo que estaba pasando en su vida.

Dibujé un pequeño corazón en un papel y le pedí al niño que describiera cómo se sentía. Peter tomó un lápiz negro y pintó todo el corazón de negro. Me miró y dijo: “Es como si me succionaran en un gran agujero negro, más allá del cual no hay nada”. Entonces el niño susurró apenas audiblemente: “Me parece que yo no existo”.

La contravoluntad de Peter, que no es otra cosa que el instinto humano de resistir a la presión y a la coerción, y sirve al vínculo, protegiendo a los niños de la influencia excesiva de aquellos a quienes no están vinculados, estaba empezando a explicarme lo que sucedía.

El cerebro del niño lo protegió de una insoportable sensación de vulnerabilidad. Estaba protegido del vínculo de cualquier adulto en su vida. La protección contra la vulnerabilidad, según la teoría del Dr. Neufeld, es un mecanismo que incluye filtros emocionales y perceptuales que eliminan la información demasiado hiriente y dolorosa. Había algo en la vida de este niño que le impedía sentir emociones vulnerables.

Me di cuenta de que mi tarea era encontrar una manera de ablandar los corazones de los adultos hacia Peter. Era muy importante dejar de verlo como un niño malo que no cumplía con nuestros requisitos, y en cambio ver a un niño pequeño que necesitaba que lo invitáramos a nuestra vida y lo cuidáramos. Los adultos necesitaban ver cuán vulnerable y desprotegido era Peter. Era necesario sentir empatía y luchar por la relación correcta con él para que pudiera confiar en nosotros.

Una noche, mi compañera profesora fue al supermercado después del trabajo. Estaba escogiendo manzanas cuando escuchó una voz tranquila llamándola por su nombre. Mirando a su alrededor, la maestra reconoció a Peter, quien corría hacia ella con una amplia sonrisa en su rostro. “¡Regresaré a la escuela mañana! él anunció. “¡No puedo esperar para estar con todos ustedes de nuevo!”

Realmente quiero que los corazones de los adultos permanezcan tiernos hacia este niño, ya que nuestro objetivo es crear un espacio seguro y de aceptación para todos los niños de la escuela.

Autor: Liz Kroeger.

Traducido por Victoria Kuznetsova.

Revisión de traducción informal al español: Katina Sobrevals.

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